GUÍA 5: ANÁLISIS LITERARIOS
Algo de gran importancia en tu vida académica es la
lectura de obras literarias y ya hemos leído varios textos en clase y en casa,
en especial cuentos. Recuerda por ejemplo Solo vine a hablar por teléfono de
Gabriel García Márquez o El corazón delator de Edgar Allan Poe, donde hablamos
sobre sus temas, elementos y la manera de hacer un análisis literario.
El análisis literario comprende varios aspectos, desde
conocer el contexto histórico del autor, recursos literarios y narrativos
empleados, tipo de lenguaje y a que personas va dirigido el mensaje o intención
del texto. La guía de análisis literario que se te presenta es aplicable a un
cuento o a una novela (a un texto narrativo en general).
Lee con mucha atención:
GUÍA PARA ANÁLISIS LITERARIO
El análisis literario comprende varios aspectos desde
conocer el contexto histórico del autor, recursos literarios y narrativos
empleados, tipo de lenguaje y que personas va dirigido el mensaje o intención
del texto. Esta guía de análisis literario es aplicable a un cuento o a una
novela (texto narrativo en general). Se le entregará a cada estudiante una
copia de esta guía.
a. Biografía del autor: Se escribe un extracto de la biografía del autor e identificando el
contexto social y literario del autor. Es importante detallar la experiencia literaria del mismo para determinar los motivos que lo impulsaron a escribir el texto
literario.
b. Género y subgenero literario al que pertenece la obra:
Hay tres géneros literarios que son los que desglosan los tipos literarios; la
narrativa, lírica y teatro.
La narrativa. Clasificación
general: mito, fábula, epopeya, leyenda, cuento y novela.
c. Movimiento literario al que pertenece la obra.
cabe destacar que los movimientos literario, se concretan en torno a un grupo de autores
y obras identificados por ciertas
características comunes, tanto
de contenido como formales y estéticas;
a las que se añaden su coincidencia temporal y espacial tal es el caso del
Barroco, Romanticismo, Realismo y sus corrientes, Vanguardia.
d.
Tipo de narrador: identificar el tipo de
narrador si es interno o externo, estos pueden ser personaje que se divide en
narrador protagonista y narrador
testigo, u omnisciente que se clasifica
en objetivo o subjetivo, este último narrador
que conoce todo incluso los pensamientos de los personajes.
Describe a los personajes principales determinando sus
características físicas y psicológicas, en el caso de los personajes
secundarios no es tan necesario describirlos a menos que estos tengan un papel
trascendental en la trama. Personajes principales: por lo general se
caracterizan por sus rasgos físicos e intelectuales.
Personajes secundarios o terciarios: se describen de
forma no muy profunda y se ordenan según el orden en que aparecen.
Describir en pocas palabras cuál es la trama de la
historia; por lo general se realiza en tres o cuatro ideas principales, también
se clasifican los temas según la importancia.
a. Trama: es el conjunto de acontecimientos de una historia
según el orden causal
y temporal en el que ocurren los hechos, así que, ordena esos hechos,
dicho de otra forma, la trama es un orden cronológico, de diversos
acontecimientos presentados por el narrador.
Se debe organizar los
hechos de la manera que los interpretaste en la lectura del texto literario.
b. Tema principal. Según la RAE Motivo central o asunto que se repite, especialmente de una
obra literaria o cinematográfica, en otras
palabras, hay que identificar el tema que predomina a lo largo del texto
literario leído.
c. Temas secundarios, todos aquellos que se van desarrollando a través de la historia
rodeando la trama principal, pero que no dejan de ser trascendentales
para la historia en curso.
Si es una novela se debe
determinar el número de capítulos y partes que esta posee, identificar los siguientes
apartados:
a. Estructura; capítulos y partes (En el caso de la novela)
b. Figuras literarias empleadas. En la narrativa
es esencial el uso de la retorica,
de tropos literarios y muchos recursos, por eso los escritores los
emplean y para entender mejor un texto es necesario identificar esos recursos
que lo enriquecen.
c. Tiempo narrativo. El concepto de tiempo en la narración
presenta diferentes planos de estudio:
el tiempo referencial histórico, el tiempo de la
historia y el tiempo del relato. Para ello en un análisis es primordial interpretarlo.
d. Descripción de los ambientes. Es básico, toda narración se desarrolla en un espacio
o lugar geográfico y en este
apartado debes identificarlo en la narración.
a. Argumento, es como cuentas la obra según tu interpretación del texto literario leído. No se debe hacer muchos rodeos al escribirlo.
b. Valoración personal, elabora un ensayo breve
(Siguiendo una estructura básica es: Introducción, desarrollo y conclusión) de
la obra en análisis recordando que es una valoración propia como lector.
ACTIVIDAD: ANÁLISIS
LITERARIO “EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL MUNDO”
Cada estudiante realiza la lectura del cuento “El
ahogado más hermoso del mundo” del colombiano Gabriel García Márquez y teniendo
como base la guía entregada, realiza el análisis literario de la obra y lo
entrega en un trabajo escrito, con las normas básicas de presentación
trabajadas en clase.
Gabriel García Márquez
(Aracataca, Colombia 1928 -
México DF, 2014)
EL AHOGADO MÁS HERMOSO DEL
MUNDO
Los primeros niños que vieron el promontorio oscuro
y sigiloso que se acercaba por el mar, se hicieron la ilusión de que era un
barco enemigo. Después vieron que no llevaba banderas ni arboladura, y pensaron
que fuera una ballena. Pero cuando quedó varado en la playa le quitaron los
matorrales de sargazos, los filamentos de medusas y los restos de cardúmenes y
naufragios que llevaba encima, y sólo entonces descubrieron que era un ahogado.
Habían jugado con él toda la tarde, enterrándolo y
desenterrándolo en la arena, cuando alguien los vio por casualidad y dio la voz
de alarma en el pueblo. Los hombres que lo cargaron hasta la casa más próxima
notaron que pesaba más que todos los muertos conocidos, casi tanto como un
caballo, y se dijeron que tal vez había estado demasiado tiempo a la deriva y
el agua se le había metido dentro de los huesos. Cuando lo tendieron en el
suelo vieron que había sido mucho más grande que todos los hombres, pues apenas
si cabía en la casa, pero pensaron que tal vez la facultad de seguir creciendo
después de la muerte estaba en la naturaleza de ciertos ahogados. Tenía el olor
del mar, y sólo la forma permitía suponer que era el cadáver de un ser humano,
porque su piel estaba revestida de una coraza de rémora y de lodo.
No tuvieron que limpiarle la cara para saber que
era un muerto ajeno. El pueblo tenía apenas unas veinte casas de tablas, con
patios de piedras sin flores, desperdigadas en el extremo de un cabo desértico.
La tierra era tan escasa, que las madres andaban siempre con el temor de que el
viento se llevara a los niños, y a los muertos que les iban causando los años
tenían que tirarlos en los acantilados. Pero el mar era manso y pródigo, y
todos los hombres cabían en siete botes. Así que cuando se encontraron el
ahogado les bastó con mirarse los unos a los otros para darse cuenta de que
estaban completos.
Aquella noche no salieron a trabajar en el mar.
Mientras los hombres averiguaban si no faltaba alguien en los pueblos vecinos,
las mujeres se quedaron cuidando al ahogado. Le quitaron el lodo con tapones de
esparto, le desenredaron del cabello los abrojos submarinos y le rasparon la
rémora con fierros de desescamar pescados. A medida que lo hacían, notaron que
su vegetación era de océanos remotos y de aguas profundas, y que sus ropas
estaban en piltrafas, como si hubiera navegado por entre laberintos de corales.
Notaron también que sobrellevaba la muerte con altivez, pues no tenía el
semblante solitario de los otros ahogados del mar, ni tampoco la catadura
sórdida y menesteroso de los ahogados fluviales. Pero solamente cuando acabaron
de limpiarlo tuvieron conciencia de la clase de hombre que era, y entonces se
quedaron sin aliento. No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el
mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo
no les cabía en la imaginación.
No encontraron en el pueblo una cama bastante
grande para tenderio ni una mesa bastante sólida para velarlo. No le vinieron
los pantalones de fiesta de los hombres más altos, ni las camisas dominicales
de los más corpulentos, ni los zapatos del mejor plantado. Fascinadas por su
desproporción y su hermosura, las mujeres decidieron entonces hacerle unos
pantalones con un pedazo de vela cangreja, y una camisa de bramante de novia,
para que pudiera continuar su muerte con dignidad. Mientras cosían sentadas en
círculo, contemplando el cadáver entre puntada y puntada, les parecía que el
viento no había sido nunca tan tenaz ni el Caribe había estado nunca tan
ansioso como aquella noche, y suponían que esos cambios tenían algo que ver con
el muerto. Pensaban que si aquel hombre magnífico hubiera vivido en el pueblo,
su casa habría tenido las puertas más anchas, el techo más alto y el piso más
firme, y el bastidor de su cama habría sido de cuadernas maestras con pernos de
hierro, y su mujer habría sido la más feliz. Pensaban que habría tenido tanta
autoridad que hubiera sacado los peces del mar con sólo llamarlos por sus
nombres, y habría puesto tanto empeño en el trabajo que hubiera hecho brotar
manantiales de entre las piedras más áridas y hubiera podido sembrar flores en
los acantilados.
Lo compararon en secreto con sus propios hombres,
pensando que no serían capaces de hacer en toda una vida lo que aquél era capaz
de hacer en una noche, y terminaron por repudiarlos en el fondo de sus
corazones como los seres más escuálidos y mezquinos de la tierra. Andaban
extraviadas por esos dédalos de fantasía, cuando la más vieja de las mujeres,
que por ser la más vieja había contemplado al ahogado con menos pasión que
compasión, suspiró:
—Tiene cara de llamarse
Esteban.
Era verdad. A la mayoría le bastó con mirarlo otra
vez para comprender que no podía tener otro nombre. Las más porfiadas, que eran
las más jóvenes, se mantuvieron con la ilusión de que al ponerle la ropa,
tendido entre flores y con unos zapatos de charol, pudiera llamarse Lautaro.
Pero fue una ilusión vana. El lienzo resultó escaso, los pantalones mal
cortados y peor cosidos le quedaron estrechos, y las fuerzas ocultas de su
corazón hacían saltar los botones de la camisa.
Después de la media noche se adelgazaron los
silbidos del viento y el mar cayó en el sopor del miércoles. El silencio acabó
con las últimas dudas: era Esteban. Las mujeres que lo habían vestido, las que
lo habían peinado, las que le habían cortado las uñas y raspado la barba no
pudieron reprimir un estremecimiento de compasión cuando tuvieron que
resignarse a dejarlo tirado por los suelos. Fue entonces cuando comprendieron cuánto
debió haber sido de infeliz con aquel cuerpo
descomunal, si hasta después de muerto le estorbaba. Lo vieron condenado en vida a pasar de medio lado
por las puertas, a descalabrarse con los travesaños, a permanecer de pie en las
visitas sin saber qué hacer con sus tiernas y rosadas manos de buey de mar,
mientras la dueña de casa buscaba la silla más resistente y le suplicaba muerta
de miedo siéntese aquí Esteban, hágame el favor, y él recostado contra las
paredes, sonriendo, no se preocupe señora, así estoy bien, con los talones en
carne viva y las espaldas escaldadas de tanto repetir lo mismo en todas las
visitas, no se preocupe señora, así estoy bien, sólo para no pasar vergüenza de
desbaratar la silla, y acaso sin haber sabido nunca que quienes le decían no te
vayas Esteban, espérate siquiera hasta que hierva el café, eran los mismos que
después susurraban ya se fue el bobo grande, qué bueno, ya se fue el tonto
hermoso. Esto pensaban las mujeres frente al cadáver un poco antes del
amanecer. Más tarde, cuando le taparon la cara con un pañuelo para que no le
molestara la luz, lo vieron tan muerto para siempre, tan indefenso, tan
parecido a sus hombres, que se les abrieron las primeras grietas de lágrimas en
el corazón. Fue una de las más jóvenes la que empezó a sollozar. Las otras,
asentándose entre sí, pasaron de los suspiros a los lamentos, y mientras más
sollozaban más deseos sentían de llorar, porque el ahogado se les iba volviendo
cada vez más Esteban, hasta que lo lloraron tanto que fue el hombre más
desvalido de la tierra, el más manso y el más servicial, el pobre Esteban. Así
que cuando los hombres volvieron con la noticia de que el ahogado no era
tampoco de los pueblos vecinos, ellas sintieron un vacío de júbilo entre las
lágrimas.
—¡Bendito sea Dios —suspiraron—: es nuestro!
Los hombres creyeron que aquellos aspavientos no
eran más que frivolidades de mujer. Cansados de las tortuosas averiguaciones de
la noche, lo único que querían era quitarse de una vez el estorbo del intruso
antes de que prendiera el sol bravo de aquel día árido y sin viento.
Improvisaron unas angarillas con restos de trinquetes y botavaras, y las
amarraron con carlingas de altura, para que resistieran el peso del cuerpo
hasta los acantilados. Quisieron encadenarle a los tobillos un ancla de buque
mercante para que fondeara sin tropiezos en los mares más profundos donde los
peces son ciegos y los buzos se mueren de nostalgia, de manera que las malas
corrientes no fueran a devolverlo a la orilla, como había sucedido con otros cuerpos.
Pero mientras más se apresuraban, más cosas se les ocurrían a las mujeres para
perder el tiempo.
Andaban como gallinas asustadas picoteando amuletos
de mar en los arcones, unas estorbando aquí porque querían ponerle al ahogado
los escapularios del buen viento, otras estorbando allá para abrocharse una
pulsera de orientación, y al cabo de tanto quítate de ahí mujer, ponte donde no
estorbes, mira que casi me haces caer sobre
el difunto, a los hombres se les subieron al hígado las
suspicacias y empezaron a rezongar que con qué objeto tanta ferretería de altar
mayor para un forastero, si por muchos estoperoles y calderetas que llevara
encima se lo iban a masticar los tiburones, pero ellas seguían tripotando sus
reliquias de pacotilla, llevando y trayendo, tropezando, mientras se les iba en
suspiros lo que no se les iba en lágrimas, así que los hombres terminaron por
despotricar que de cuándo acá semejante alboroto por un muerto al garete, un
ahogado de nadie, un fiambre de mierda. Una de las mujeres, mortificada por
tanta insolencia, le quitó entonces al cadáver el pañuelo de la cara, y también
los hombres se quedaron sin aliento.
Era Esteban. No hubo que repetirlo para que lo reconocieran.
Si les hubieran dicho Sir Walter Raleigh, quizás, hasta ellos se habrían
impresionado con su acento de gringo, con su guacamayo en el hombro, con su
arcabuz de matar caníbales, pero Esteban solamente podía ser uno en el mundo, y
allí estaba tirado como un sábalo, sin botines, con unos pantalones de
sietemesino y esas uñas rocallosas que sólo podían cortarse a cuchillo. Bastó
con que le quitaran el pañuelo de la cara para darse cuenta de que estaba
avergonzado, de que no tenía la culpa de ser tan grande, ni tan pesado ni tan
hermoso, y si hubiera sabido que aquello iba a suceder habría buscado
un lugar más discreto para ahogarse, en serio, me hubiera amarrado yo mismo un áncora
de galón en el cuello y
hubiera trastabillado como quien no quiere la cosa en los acantilados, para no
andar ahora estorbando con este muerto de miércoles, como ustedes dicen, para
no molestar a nadie con esta porquería de fiambre que no tiene nada que ver
conmigo. Había tanta verdad en su modo de estar, que hasta los hombres más
suspicaces, los que sentían amargas las minuciosas noches del mar temiendo que
sus mujeres se cansaran de soñar con ellos para soñar con los ahogados, hasta
ésos, y otros más duros, se estremecieron en los tuétanos con la sinceridad de Esteban.
Fue así como le hicieron los funerales más espléndidos
que podían concebirse para un ahogado expósito. Algunas mujeres que habían ido
a buscar flores en los pueblos vecinos regresaron con otras que no creían lo
que les contaban, y éstas se fueron por más flores cuando vieron al muerto, y
llevaron más y más, hasta que hubo tantas flores y tanta gente que apenas
si se podía caminar. A última hora les dolió devolverlo huérfano
a las aguas, y le eligieron un padre y una madre entre los mejores, y
otros se le hicieron hermanos, tíos y primos, así que a través de él todos los
habitantes del pueblo terminaron por ser parientes entre sí. Algunos marineros
que oyeron el llanto a distancia perdieron la certeza del rumbo, y se supo de
uno que se hizo amarrar al palo mayor, recordando antiguas fábulas de sirenas.
Mientras se disputaban el privilegio de llevarlo en hombros por la pendiente
escarpada de los acantilados, hombres y mujeres tuvieron conciencia por primera
vez de la desolación de sus calles, la aridez de sus patios, la estrechez de
sus sueños, frente al esplendor y la hermosura de su ahogado. Lo soltaron sin
ancla, para que volviera si quería, y cuando lo quisiera, y todos retuvieron el
aliento durante la fracción de siglos que demoró la caída del cuerpo hasta el
abismo. No tuvieron necesidad de mirarse los unos a los otros para darse cuenta
de que ya no estaban completos, ni volverían a estarlo jamás. Pero también
sabían que todo sería diferente desde entonces, que sus casas iban a tener las
puertas más anchas, los techos más altos, los pisos más firmes, para que el
recuerdo de Esteban pudiera andar por todas partes sin tropezar con los
travesaños, y que nadie se atreviera a susurrar en el futuro ya murió el bobo
grande, qué lástima, ya murió el tonto hermoso, porque ellos iban a pintar las
fachadas de colores alegres para eternizar la memoria de Esteban, y se iban a
romper el espinazo excavando manantiales en las piedras y sembrando flores en
los acantilados, para que los amaneceres de los años venturos los pasajeros de
los grandes barcos despertaran sofocados por un olor de jardines en altamar, y
el capitán tuviera que bajar de su alcázar con su uniforme de gala, con su
astrolabio, su estrella polar y su ristra de medallas de guerra, y señalando el
promontorio de rosas en el horizonte del Caribe dijera en catorce idiomas:
miren allá, donde el viento es ahora tan manso que se queda a dormir debajo de
las camas, allá, donde el sol brilla tanto que no saben hacia dónde girar los girasoles, sí, allá, es el pueblo
de Esteban.
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